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La transparencia gubernamental, a medio camino

Con todo y la «avanzada» Ley de Acceso a la Información Pública de la que presume el gobierno mexicano, el IFAI aún no puede sancionar a los funcionarios que la violan y la resistencia gubernamental sigue bloqueando los intentos de garantizar que toda la gente sepa cómo ejercer ese derecho.  
 
I
 
Por esos días los amatecos andaban de mecha corta. Se decían en rebeldía, instalaron campamentos, armaron protestas, organizaron foros. Hicieron lo que la gente hace cuando se entera de que nuevamente está a punto de ser víctima de los abusos de sus gobernantes malamañados en eso de decidir a escondidas del pueblo y en construir megaproyectos aunque éstos desgracien comunidades enteras.
Los veracruzanos de Amatlán de los Reyes no estaban dispuestos a que su municipio se convirtiera en basurero de otros siete. A ratos parecía que sus protestas no despeinaban al gobierno, pero de pronto se revirtió la historia. Fue cuestión de conseguir un papel oficial que demostró que el relleno sanitario en realidad dañaría al medio ambiente, y que las autoridades, con tal de construir su basurero, habían mentido. Y como dicen por ahí que información es poder, frenaron las obras.
Un síndico amenazó con denunciarlos por «sustracción de documentos oficiales». Pero los amatecos no tuvieron que robar nada, sólo pedirlo por internet, y resultó que el papel no era secreto y que era más público que un baño de a tres pesos: resulta que invocando la Ley de Transparencia le pidieron al gobierno que les mostrara los permisos que tenía el tiradero para funcionar. Y se los dieron.
Descubrieron que el documento estaba plagado de embustes que señalaban que el lugar elegido eran tierras muertas y sin vegetación, cuando todos han visto los fértiles cañaverales ahí plantados y la naciente del río.«Le enseñamos al gobernador las pruebas de que el lugar está vivo, y lo echamos abajo», explica la maestra Gabriela Sáinz, una de las arquitectas del plan como integrante del grupo vecinal Amhate.
Lo curioso es que un año antes ninguno de los amhates usaba internet y menos sabía que desde 2003 en México funciona una ley que reconoce el derecho de todos a pedirle al gobierno información pública y obliga a los burócratas a proporcionarla.
Ellos formaban parte de un experimento llamado «IFAI-Comunidades», que enseñó a los desfavorecidos que tienen derecho a saber y que con la Ley de Transparencia pueden pedir la información existente.
En otros lugares, invocando esa ley, la gente descubrió a sus alcaldes embolsándose dinero del pueblo; otros rescataron expedientes que el gobierno les tenía atorados en el Registro Agrario o el Seguro Social; y hubo presos que probaron que llevaban enjaulados más de la cuenta.
Ora sí que la verdad los hizo libres: los reos salieron de la cárcel, los despojados recuperaron sus tierras. Eso fue apenas un simulacro de lo que podía haber sido a revolución de los nadies…si los poderosos no hubieran frenado el experimento.

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DF: ciudad enferma

DF: ciudad enferma
Marcela Turati

De la sorpresa al chacoteo, del escepticismo al susto, los capitalinos cambiaron su estado de ánimo y su apariencia de la noche a la mañana, literalmente. Las historias de familiares de pacientes con influenza –o al menos la sospecha– que hacen guardia fuera de hospitales abarrotados trasminan desconfianza, mientras los rumores se esparcen más rápido que el virus, inmunes a la información oficial que agobia al país.
Brenda Guadalupe Oviedo quizá sea una de las pocas personas que pueda decir que estuvo internada en el Instituto Nacional de Enfermedades Respiratorias (INER), el epicentro nacional de la gripe porcina, y venció al virus de la influenza.
Su aislamiento duró 48 horas, en las que estuvo recostada en una camilla, bajo observación médica, entubada por las fosas nasales y a dosis de antivirales.
Cumplía los requisitos para ser considerada una emergencia sanitaria: tos, temperatura, ataques de asma y parentesco con una mujer bajo aislamiento en ese mismo hospital y con diagnóstico de influenza.
Ese par de días los médicos se dieron cuenta que la joven Oviedo “tenía principios” del virus pero inhibió su desarrollo. Ella se dio cuenta de otras cosas.
“Hay unas 13 personas en cuidados intensivos por la influenza. Unos están en urgencias, pasando de ahí están primero los bebés; más allá, tres o cuatro cuartos con letreros que indican que esos son pacientes con sospecha de influenza, y al fondo están mi mamá y otros. En su puerta dice que ellos sí tienen influenza”, dice sin despegar la vista del hospital.

* * * * *

“Influenza”, “epidemia”, “gripe porcina”, “brote”, “emergencia sanitaria”, son los nuevos terminajos que desde el jueves por la noche encabezan las preocupaciones nacionales.
De un minuto a otro, las noticias sobre la red de ciberpederastas y los pleitos de curas contra narcos fueron sustituidas por la información de la epidemia que tiene semiparalizadas a la capital del país y al Estado de México.
Desde la noche del jueves que el Secretario de Salud, José Ángel Córdova, apareció en cadena nacional anunciando la suspensión de clases por la nueva “amenaza respiratoria”, que tenía pinta de gripe aviar, el ánimo de los capitalinos cambió. Y también su apariencia.
Primero, fue el susto (“es señal del Apocalipsis”, escribieron varios en su facebook). Después, el escepticismo (“esto es fascismo puro, el nuevo chupacabras”, dijeron los más abusados). Más tarde la sorpresa, cuando se informó que era una mutación porcina. Las bromas pronto se abrieron paso (“en buena onda, no besen a sus patos y puercos”, reclamó alguno; “el chilango es inmune, nunca le pasa nada”, presumió otro).
Entre broma y veraz, los cubrebocas pronto se abrieron paso como accesorio de moda y a medio viernes ya se habían agotado en la mayoría de las farmacias de la ciudad.
La foto de la chilanguiza bajo cuarentena anímica pronto dio la vuelta al mundo. También las imágenes de las mamás despistadas llevando a sus hijos a las primarias clausuradas (“por órdenes presidenciales hoy no habrá clases”) y de los hospitales resguardados por policías con cubrebocas.

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Desde el miércoles, el INER parece una fortaleza. Los familiares esperan afuera, ya no duermen por las noches en los pasillos. Sólo pocos logran traspasar el embudo policiaco y llegar a la recepción.
Desde que el diario Reforma informó en su primera plana que la influenza tenía un comportamiento atípico, que estaba más contagiosa que nunca y que no se había esfumado con el invierno, en el hospital cambiaron las reglas.
Los policías comenzaron a bloquear accesos y los administradores a reducir a media hora las visitas a los pacientes y de un solo familiar por turno.

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“Persona con virus de influenza”, se lee afuera del pequeño cuarto del INER, en el que duerme sedada Paola Osnaya, ama de casa de 23 años, mamá de una niña de siete.
“Está muy grave. No nos dicen ya nada”, dice desde la calle su mamá, Alejandra Alquizira, mientras espera el horario de visita.
Ella está confundida. Dice que su hija entró con neumonía y empeoró en el hospital.
“Cuando entró nos dijeron que tenía neumonía, después pulmonía y que en la prueba de influenza salió negativa, pero días después pusieron un letrero en la puerta que decía ‘persona con virus de influenza’”, dice perturbada.
La mujer argumenta que antes de que le pusieran “los tubos de oxígeno”, a Paola se le veía bien; traía algo de tos pero ya había superado la temperatura.
“En el Seguro Social, donde la habían revisado, nos dijeron que era una neumonía sencilla que se podía tratar en casa, pero como ya le dolían los pulmones la trajimos aquí. Y no sé si aquí agarró otra cosa, porque se empezó a poner mal.”

Este es un extracto del reportaje que publica la revista Proceso en su edición 1695 que empezó a circular el domingo 26 de abril.

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